Macri, entre la consolidación política y la necesidad de confrontar con el pasado

El líder del PRO consiguió un triunfo que le dio el impulso para desplegar una agenda de reformas graduales pero que apuntan a problemas de fondo.

«Habíamos llegado al poder, pero este año tomamos el poder». Marcos Peña, el autor de la frase, también suele repetir entre sus colaboradores que para el círculo rojo hacen falta dos triunfos electorales consecutivos para los gobiernos no peronistas.

Es lo que Sergio Berensztein llama «déficit de legitimidad de origen». «El Gobierno solo había ganado por dos puntos en segunda vuelta (la primera vez que un presidente es elegido de ese modo en toda la historia argentina). En las elecciones de octubre obtuvo un triunfo contundente, que le dio un impulso fundamental para desplegar una agenda de reformas graduales pero que apuntan a problemas de fondo. Macri completó el ciclo de aprendizaje que requieren todos los primeros mandatarios para comprender la naturaleza y alcances de su responsabilidad. En efecto, según los estudiosos de las presidencias norteamericanas, ese es el lapso mínimo para tomar una dimensión real de lo que implica ser presidente de un país», asegura el analista político.

La contundente victoria del oficialismo en las elecciones de medio término consolidaron no solo a Mauricio Macri en su segundo año de mandato, si no que afianzó a Cambiemos como fuerza a nivel nacional. «Tomar el poder», como lo define en la intimidad el jefe de Gabinete.

La consolidación política del Presidente, sin embargo, se explica no solo por las virtudes propias de Cambiemos. En todo caso, los errores ajenos colaboraron tanto o más que los aciertos del oficialismo para que el balance 2017 de Macri arroje un resultado «absolutamente positivo», como lo describía en la tarde del jueves uno de sus funcionarios más íntimos, uno de los pocos que todavía quedaban en Casa Rosada y que la noche anterior había brindado junto a buena parte de ministros, secretarios de Estado y asesores después del último partido de fútbol del año en la quinta de Olivos, en medio de las vacaciones del jefe de Estado en el sur del país.

Macri surfeó su segundo año de gestión con un escenario político favorable: el peronismo dividido y desorientado, la mayoría de los gobernadores domesticados, los jueces envalentonados contra la anterior administración, el sindicalismo adormecido y buena parte de sus históricos jefes arrinconados por la Justicia, y Cristina Kirchner como contrapeso del otro lado de la avenida, lo que los argentinos ya adoptaron como «grieta». Fue fundamental. Indispensable. Necesario para Macri. Lo que permitió que un dubitativo Esteban Bullrich triunfara sobre la ex presidenta en la provincia de Buenos Aires o que un ignoto dirigente como Albor Cantard derrotara a Agustín Rossi en Santa Fe. Cambiemos ganó incluso en provincias que no estaban en los planes, como Salta o Entre Ríos.

La vigencia del kirchnerismo en la otra vereda y la colección de ex funcionarios y ex empresarios K encarcelados, desde Julio De Vido a Amado Boudou y de Lázaro Báez a Cristobal López, disimularon gran parte de las serias falencias de la gestión y las promesas de campaña que quedaron truncas. Con inversiones que nunca terminaron de desembarcar. Con niveles de pobreza e indigencia igual de altos, con una profundización del endeudamiento y con un fin de año atravesado por la polémica en torno a la Reforma Previsional. Macri tampoco eliminó el impuesto a las Ganancias, como había prometido. E incumplió las metas de inflación del 2017 y atrasó las de los próximos años. Durante la semana, por ejemplo, el Banco de la Provincia de Buenos Aires debió aplicar la cláusula gatillo a sus empleados. «La gestión de Macri será evaluada en 2019 cuando podamos saber si bajó la pobreza», dice el diputado Fernando Espinoza, ex titular del PJ bonaerense.

Para Mariel Fornoni, la comparación con la ex Presidenta fue clave. «Nuestras mediciones marcan que Mauricio Macri detenta una aprobación de gestión que si bien pudo haber disminuido levemente en el último mes, supera los 45 puntos. Es acaso el mayor logro de un año con mucha volatilidad política: conservar altos niveles de expectativas y una buena porción de adherentes de su gestión. Un logro que, en principio, tuvo su raíz en la cercanía con la comparación al gobierno de Cristina Kirchner y su ‘pesada herencia'», analiza la directora de Management & Fit.

Macri plebiscitó su liderazgo en octubre después de atravesar de tres crisis políticas: la renegociación de la deuda entre su familia y el Correo Argentino, los aumentos tarifarios que impactaron en medio de las primarias de agosto -y que generaron silenciosos pero notorios cortocircuitos entre Casa Rosada y la Gobernación bonaerense- y la desaparición de Santiago Maldonado. Después de octubre, fueron la desaparición del ARA San Juan y el escándalo en torno a la Reforma Previsional. Hasta el propio Macri sufrió el tarifazo: se quejó de que no podía recorrer el conurbano durante la campaña, en las PASO, por el mal humor social con su figura, una impopularidad que no sufrió María Eugenia Vidal.

La peor de las crisis, según coincidieron todos los funcionarios consultados, fue la vinculada con el correo. Por tratarse de la familia presidencial. Y por lo imprevisible. «Fue como pegarse un tiro en el pie sin saber que la escopeta estaba cargada», lo resume ahora un altísimo funcionario con acceso cotidiano a la intimidad del Presidente. Fue solo uno de los casos, el más complejo, vinculados a conflictos de intereses. Al escándalo por el acuerdo finalmente trunco entre el Grupo Socma y la empresa estatal de principios de año se sumaron los «20 pesos» de Mario Quintana, relacionados al cálculo de la ley de movilidad jubilatoria, y el recorte en las pensiones por discapacidad, un combo que al Gobierno le costó semanas de zozobra y tensiones y unos cuantos puntos menos de imagen. Macri empezó el año como lo terminó: con una caída de unos 10 puntos en su nivel de popularidad.

Para el Gobierno, sin embargo, la violencia social e institucional de las últimas semanas no empaña el éxito electoral. Para algunos, los menos fanáticos, lo aplaca. Lo que sí provocaron los serios incidentes en torno al debate de la Reforma Previsional fue un tsunami político que amagó, por ejemplo, con ensuciar la relación entre la Casa Rosada y los gobernadores. No es el caso de Sergio Uñac, de San Juan, que no acompañó el tratamiento de la modificación de la fórmula jubilatoria como el Gobierno esperaba.

El gobernador sanjuanino era hasta hace pocas semanas uno de los preferidos de Macri y del ala política de Cambiemos. Pero fue al revés que el resto de sus colegas: dio quórum el jueves, en la primera y fallida sesión que al final fue levantada por pedido de Elisa Carrió tras los bochornosos incidentes, y no el lunes, en el debate que terminó con la sanción definitiva de la ley. En el entorno de Macri dicen que está furioso con el mandatario provincial. Igual que el ministro Rogelio Frigerio, el interlocutor con las provincias. No solo eso: en el peronismo dan cuenta de que el resto de los gobernadores están igual de enojados. Juan Manuel Urtubey, por caso, vuelve a tomar envión. Para eso contrató en estos días a un consultor extranjero que ya trabajó en nuestro país.

Por el contrario, el Presidente afianzó este año su alianza política con Carrió, su principal socia. La líder de la Coalición Cívica tejió un fuerte vínculo con Horacio Rodríguez Larreta y tuvo su revancha electoral: en octubre, le dio a Cambiemos más de 50 puntos en la ciudad de Buenos Aires. La diputada volvió a cargar sobre Daniel Angelici, uno de los viejos amigos de Macri que se encarga de algunas de las más importantes gestiones del Gobierno en los tribunales. La tensión había cedido desde aquel almuerzo en en la mesa de Mirtha Legrand en la que lo trató de «delincuente». Fue en noviembre del año pasado, el pico más álgido de la puja interna. Angelici tuvo que darle explicaciones a su familia. Y trasladó esa inquietud al propio Macri.

Hace dos semanas, la líder de la CC volvió a subirse al ring tras una serie de advertencias por el pacto de la UCR porteña entre el presidente de Boca Juniors y Enrique Nosiglia. En un reportaje al diario La Nación, dijo que el Presidente debería tomar una definición en el 2018. Nadie cree que «Lilita» vaya a romper su relación con Macri, un vínculo de mutua conveniencia. Pero los mensajes de Carrió inquietan a más de uno de los principales referentes de Cambiemos.

En especial a Peña, que este año se erigió definitivamente como el funcionario más influyente del Gobierno. Diez días antes del tratamiento de la Reforma Previsional, Carrió lo visitó en su despacho. Le dijo que el debate parlamentario podía empantanarse. El jefe de Gabinete la calmó: «Tranquila, no pasa de la página 20 de los diarios». «Vos sabrás de comunicación, pero yo sé de política», le contestó ella. El destrato entre ambos es indisimulable. ¿Cómo seguirá esa relación? Nadie entiende demasiado cómo hizo Diego Santilli para anestesiar a Carrió durante la campaña porteña. Santilli fue, durante años, uno de los principales nexos con el camionero Hugo Moyano en la ciudad de Buenos Aires.

Diferente es la situación del Jefe de Estado con Hugo Moyano, en un año en el que la vinculación del Gobierno con el sindicalismo atravesó turbulencias, en especial tras la salida de Luis Scervino de la Superintendencia de Servicios de Salud, un hombre que respondía a José Luis Lingieri y que hasta mediados de año controlaba los fondos de las obras sociales. Para Macri, el golpe sobre la mesa -se sumó a la renuncia forzada de Ezequiel Sabor del Ministerio de Trabajo, un funcionario que oficiaba de nexo con el líder camionero- surtió efecto: profundizó la división sindical. Disciplinó al gremialismo. El futuro de Moyano, de todos modos, es una de las grandes incógnitas del 2018. Para un importante dirigente oficial que lo conoce de cerca, es el año de la «guerra santa». En especial con Pablo, el hijo del líder sindical. Un dato: el macrismo se cuidó de no exhibirse en las listas de Independiente, en la elección en la que los Moyano arrasaron hace algunas semanas.

Macri termina el año con su íntimo entorno político más ordenado y con menos cortocircuitos de los esperables, al menos por ahora. El gabinete y la dirigencia de Cambiemos sucumbió ante la ratificación de Peña como el hombre fuerte de Macri. Hasta Nicolás Caputo, el más íntimo de los amigos del Presidente, tomó nota.

La foto del jefe de Gabinete junto a María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta encerrados durante un día en el despacho de Emilio Monzó -que también terminó por adaptarse al rol de Peña- durante la votación de la Reforma Previsional es una síntesis de la mesa chica del Presidente: los tres dirigentes más encumbrados del oficialismo. Los tres nombres de la sucesión, en caso de que el macrismo se consolide como un proyecto de largo aliento si logra encauzar la economía, el desafío más acuciante de Macri. Su deuda más pendiente y urgente. Hace algunas semanas, en los despachos de la Jefatura de Gabinete circuló un estudio de la empresa W? que da cuenta del repunte del consumo en el último trimestre del año.

Sin embargo, la diáspora peronista, la confusión opositora y la vigencia de Cristina Kirchner del otro lado de la grieta -si es que el Senado, como pareciera, no la confina a la cárcel- podrían conducir al macrismo a revalidar pergaminos en el 2019 sin mayores dificultades. Como suele bromear en privado Rodríguez Larreta, que oculta cada vez menos sus deseos de ser presidente: «Estamos fatalmente condenados a renovar».

Fuente: Infobae.com/Por Federico Mayol

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