Por Ernesto Tenembaum
A comienzos del 2016, un ex funcionario kirchnerista, que ya había saltado del barco, apeló en privado a una metáfora para describir el movimiento en el que había participado. «Imagínate una buena obra de teatro, con actores muy talentosos. Eso fue el kirchnerismo».
-¿En qué sentido? -le pregunté.
-Las buenas obras de teatro transportan al público a otra realidad y le dejan una marca. En esta, los actores hablaban de la Patria, de la revolución, de la inclusión social, de la lucha contra los enemigos de la Patria. Y el público se volvía loco. Aplaudía a rabiar, se sentía parte de esa ficción y salía luego a la calle convencido de que algo importante estaba pasando. Pero había un problema.
-¿Que era ficción?
-En parte eso. Aunque yo me refería a un problema más grave. Detrás del escenario pasaban cosas horribles. El público quedaba hipnotizado por la magia de los actores. Entonces prefería no mirar ahí atrás. Y ahí desfilaban valijas de dinero, ricachones de la noche a la mañana, evasores multimillonarios, barras bravas, lo que se te ocurra. Algunos actores sabían perfectamente lo que ocurría, otros eran como el público: ingenuos, idealistas. Otros lo justificaban o ya ni se preguntaban nada: no tenían adonde ir.
El viernes pasado, durante el acto contra el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional, que se convocó con la consigna «La Patria está en peligro», la metáfora se perfeccionó porque sobre la tarima ya no había políticos sino actores de verdad. No se trataba de dirigentes, como Cristina Fernández de Kirchner, cuyo histrionismo tenía poderes magnéticos sobre sus audiencias, o de puestas en escena sensacionales como aquel acto por el Bicentenario. En la comparación de aquel funcionario arrepentido, el escenario era ocupado por dirigentes que sabían encandilar a sus militantes. Este viernes, en cambio, los actores cumplieron el rol de actores. Detrás de ellos, una vez más, los que mueven los hilos.
En primera línea, entonces, estaban Osmar Núñez, Paola Barrientos, Darío Grandinetti y Pablo Echarri. Entre bambalinas, Máximo Kirchner, Hebe de Bonafini y Pablo Moyano. Para un feligrés, Hebe de Bonafini es la máxima líder de la lucha contra la dictadura. Para la inmensa mayoría de la sociedad, es otra cosa: una mujer fanática que solo grita cuando no puede explicar qué ocurrió en uno de los hechos de corrupción más graves y dolorosos de la democracia argentina. Para un feligrés, Máximo Kirchner puede ser el líder de los batallones que se alinean en la defensa de la Patria: José de San Martín o, al menos, el sargento Cabral. Pero su vida concreta muestra otra cosa: se trata del administrador de una cuantiosa fortuna familiar de origen nunca explicado. ¿Y Pablo Moyano? ¿No es el heredero de una poderosa organización económica que desde la muerte de Nestor Kirchner batalló contra su viuda? ¿No es el hijo de un sindicalista que apoyó la llegada de Macri al poder? ¿No ha sido el jefe de una peligrosa barra brava?
Si la Patria está en peligro, ¿se tratará de gente idónea para defenderla o es una especie de armada Brancaleone que, una vez más, nos lleva a Cancha Rayada?
En ese sentido el acto del viernes refleja los límites actuales de la democracia argentina. Fue muy significativo. Pero no solo por la gran cantidad de gente que juntó sino porque allí está el sector más representativo de la oposición a Macri y esa es la puesta que logra poner en escena cada vez que se lo propone. Dirigentes desprestigiados que ya ni siquiera suben al palco, actores que repiten un par de consignas muy elementales, y un público que se enardece fácilmente con ellas. Si fracasa Mauricio Macri, son quienes están en primera línea para reemplazarlo. Y son lo que son.
No es necesario ser genial para percibir los problemas que enfrenta el país. Hace una década, la Argentina tenía superávit fiscal, superávit comercial, soberanía energética, baja inflación. Todos esos indicadores, que reflejan la salud de la economía de un país, y por lo tanto, su nivel de soberanía e independencia, se han deteriorado desde entonces. Hace rato que la Patria, si tal cosa existiera, está en peligro. El primer mandato de Cristina Kirchner fue tan malo al respecto que, a comienzos del segundo, solo pudo evitar una debacle instaurando un férreo control de cambios, que evitó la caída al abismo a cambio de profundizar ese deterioro. La Argentina de los años de bonanza necesitaba dólares desesperadamente: todas las variables se habían complicado.
Cristina fue sucedida en el poder por Mauricio Macri, quien levantó el cepo en un segundo y medio. Las consecuencias están a la vista. Treinta meses después, hay más inflación, más déficit fiscal, más déficit de balanza de pagos, menos soberanía energética y mucha más cercanía a una crisis sistémica. Casi todos los indicadores que usaban los intelectuales de Cambiemos para explicar que con el kirchnerismo la Argentina iba hacia Venezuela, hoy están peores.
Desde el 2015 para acá, cada vez que el kirchnerismo despliega sus alas sucede lo mismo. El foco, que naturalmente apunta sobre el Gobierno, gira de repente e ilumina al rostro de la oposición: es el de siempre, ningún cambio, ninguna autocrítica, la misma simpleza para describir que de un lado están los buenos y del otro los malos, con unos la Patria y con los otros la entrega. Siempre, la culpa es de los otros. Hay allí una responsabilidad importante del propio público, que se siente progresista pero avala cualquier cosa: el desastre de Santa Cruz, el alineamiento con Maduro, las condenas por las tragedias de Once o lo que fuere. Solo se trata de informarse y hacerse preguntas. Pero es más sencillo gritar «Mauricio Macri la puta que te parió» y la Patria ya no está en peligro.
Y, sin embargo, tienen posibilidades de volver. Los números de Macri se han deteriorado a una velocidad impactante. Y los de la economía, mes a mes, especialmente los de la balanza de pagos, son cada vez peores. Si se proyecta la línea de puntos hacia el próximo año, y no aparece un liderazgo alternativo, la historia puede repetirse, por primera vez desde el regreso de la democracia.
Unos no supieron qué hacer con el país antes del 2015.
Otros no saben qué hacer ahora.
Los desaguisados de Cristina y los salvadores de la Patria, surgió Macri.
De los de Macri, ¿resurgirá Cristina?
La Patria, efectivamente, está en peligro. Pero no solo por lo que dicen los que aplaudían el viernes, en la parte del teatro donde todos se emocionan y nadie quiere mirar qué ocurre en las bambalinas.
Fuente: Infobae.com
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