Emotivo. Apasionante. Histórico. Inolvidable. Al pie de la Cordillera, el River de Marcelo Gallardo gritó fuerte y construyó una de las gestas más importantes de su rica historia: ganarle una final a Boca. Alzar una Copa con el pueblo xeneize de testigo. Dar una vuelta olímpica frente al clásico rival.
Se abraza el Muñeco con sus jugadores. Si al hombre lo habían bautizado Napoleón, la conquista, el rival y el entorno bien pueden generar que se lo rebautice como San Martín. Ya es un prócer el DT millonario. Y lo hizo de nuevo: amargó a Boca en un cruce directo, como en la Sudamericana 2014 y en la Libertadores 2015. Sensacional.
Resultó digno de ver el respeto de los jugadores de Boca, quienes siguieron a un costado la coronación de River. Un acierto que trascendió el protocolo. En cambio, sus hinchas se retiraron casi en su totalidad una vez culminado el partido. Sólo el grueso de la barrabrava se quedó hasta que las luces se apagaron.
Se esperó tanto esta final. Se la aguardó días, meses, años, ¡décadas!. Se lo reclamó a Rubén Suñé una y otra vez, para que recordara aquella definición del Nacional del ’76. Se tejieron conjeturas acerca de la misteriosa desaparición de la imagen audiovisual del gol del Chapa, que se televisó en vivo ese día y nunca más se vio. Si hasta Boca aprovechó el 40° aniversario de esa vuelta olímpica para inaugurar una estatua del emblemático volante.
Y finalmente llegó. Otra vez Boca y River frente a frente en una definición. Una copa, un título y una vuelta olímpica en juego. Todo eso en un estadio Malvinas Argentinas desbordante, colapsado de fanáticos de los eternos rivales prolijamente distribuidos, en una postal que no se veía de manera oficial desde el torneo Inicial 2012, en aquel 2 a 2 disputado en el Monumental.
Desde dos horas antes de que la pelota empezara a rodar, el duelo de hinchadas resultó conmovedor e hizo recordar a aquellos buenos tiempos de sana convivencia entre parcialidades en el fútbol argentino. Cuando ingresaron los equipos, la popular de Boca sacó a relucir globos amarillos, mientras que en las plateas cubierta y descubierta fueron azules. Enfrente, la de River se decoró con tirantes rojos y blancos. «Para ser campeón, hoy hay que ganar», cantaban los dos. Una sentencia imposible de cumplir por los dos a la vez. Fue la primera vez que todo el estadio se unió para cantar una canción. La otra, cuando se entonó el himno nacional, en un marco emocionante. Después, cada uno siguió en lo suyo. De un lado, «El que no salta se fue a la B». Del otro, «El que no salta, abandonó». Una fiesta única.
Una vez que la acción comenzó, el fervor de la mayoría le dio paso a los nervios; hubo 15 minutos en los que el aliento de ambos disminuyó, como si todo lo que se jugaba en el campo también se trasladaba a las gradas. Hasta que llegó la primera gran explosión de la noche. Si el estadio estuviera más cerca de la ciudad, el «Penaaaaaaaaal» que gritaron al únisono los de River hubiera sacudido los sismógrafos.
Todos los protagonistas sabían que había que evitar cualquier contacto físico dentro del area. Que la posibilidad de que el árbitro señalara el punto del área estaba latente. Cardona le tiró su carrocería Made in Colombia a la humanidad de Nacho Fernández, que rodó. Gonzalo Martínez lo tradujo en gol y en la tierra del vino, River se abrazó en un racimo de jugadores que rodeó a Gallardo.
Durante buena parte de la segunda mitad -exactamente hasta que a los 24m llegó el alivio con el 2 a 0, anotado por Nacho Scocco- River se encomendó a San Armani. El arquero millonario, el mismo que fue recomendado a Boca más de una vez por un prócer de la valla xeneize como Oscar Córdoba, tuvo una actuación consagratoria. Evitó el 1 a 1 con dos voladas espectaculares y e interceptando un pase largo a Pavón. Con los años, Armani se erigirá como el héroe de esta Superfinal. Su tarea fue fundamental para sostener los embates xeneizes.
Los hinchas de River se dieron cuenta y le pidieron «huevo» a su equipo, que era asfixiado por Boca. Lo mismo ocurría enfrente, que reclamaban exactamente lo mismo, pero para aprovechar el momento y llegar a la igualdad.
Ese duelo de hinchadas fue uno de los focos de atención de toda la jornada. No sólo por el color y el intercambio de cánticos, la parte sana del llamado folklore, sino también porque fue frecuente ver en el centro de la ciudad fanáticos de uno y otro equipo cruzándose por la calle y compartiendo mesas de parrillas y cervecerías.
Un incidente menor, a unas cuadras de la plaza Independencia, alteró la tranquilidad de la previa, cuando unos 20 hinchas de Boca bajaron de un micro y agredieron a botellazos a cinco de River, que charlaban sobre la vereda.Fuera de esa mancha, la conducta general de los asistentes fue estupenda. Casi todos dieron el ejemplo y comprendieron que ,más allá de todo lo que estaba en juego, solo son rivales, y no enemigos.
En esta nueva «partida de ajedrez», esta «moneda al aire» cayó del lado de River. Porque es evidente que la historia reciente le juega a favor en los partidos importantes frente a Boca, sino porque, una vez más, Marcelo Gallardo exhibió todas sus capacidades de gran estratega, para enarbolar las banderas de la victoria en un partido emotivo, apasionante, histórico e inolvidable.
Fuente: La Nación
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